Sección: Pensamientos Fundamentales en Nuestra Vida Diaria
Por Serafín Alarcón Carrasquillo/Noticias Sur P.R.
De adolescente fueron muchas las veces que traté de ocultar a mi madre cosas que estaba seguro le disgustarían. ¿Cómo iba a explicar el ultimo lío en que me había metido en la escuela? ¿Por cuanto tiempo más lograría ocultar mi vicio con la marihuana? Sus instrucciones siempre fueron claras. A pesar de ser madre soltera hacía lo que podía para criar dos hijos varones y una niña.
Que tiempos aquellos de soberana rebeldía de mi parte. De salida en salida hasta altas horas de la noche como si fuese dueño de mi vida. A nadie escuchaba que no fuera a mi conciencia frágil y por supuesto, el consejo de los ''amigos''... Tiempos de manadas de rebeldes igual a mi. A pesar de las advertencias de mi madre cada vez más me hundía en vicios y ociosidad. Mis notas en la escuela por el suelo y mi autoestima igual. Ahora la casa se había vuelto un revoltijo y seguro yo era protagonista en tan dura prueba para ella.
El pecado nos hace sentir miedo y desnudos, y nos volvemos vulnerables a aún más a la tentación. Así fueron mis años de adolescente. A pesar de esto, Dios nunca dejó de llamarme, de instarme a que cambiara de dirección. Llegada la adultez las cosas en lo espiritual poco cambiaron. Cambiaron las amistades y los vicios, pero en el fondo era el mismo jovencito inseguro de sí mismo, inseguro hasta de su Dios. ¿Lo pueden creer?...
No fue hasta mi bien entrada adultez que por fin logré rendirme. Tendría unos 34 años cuando aquella bendita madrugada en medio del estupor del alcohol caí de rodillas ante la gracia y la misericordia de Jesús. Dios todos los días sigue llamando a la gente. Muchos huyen, tratando de esconderse de él o ahogar el sonido de su amable voz.
No podemos escondernos de Cristo; Él sabe exactamente dónde estamos y como estemos. En lugar de escondernos en el miedo y en la depresión, podemos hoy con fe responder: Saca mi de la cárcel, para que alabe tu nombre; Me rodearán los justos, Porque tú me serás propicio, (Salmos 142:7).
(El Autor es Misionero y Director de los Ministerios Tablitas del Señor y la Primera Iglesia Virtual).
*A pesar de nuestras muchas diferencias*
Sección: Pensamientos Fundamentales en Nuestra Vida Diaria
Por Serafín Alarcón Carrasquillo/Noticias Sur P.R.
Sentirse parte de un grupo o una organización es algo que por nuestra naturaleza de carácter social se da casi espontáneo en nuestros corazones. Sentirnos útiles y afines con otros hace que nuestro ser se sienta aceptado y muchas veces hasta amado.
La iglesia, más allá de una organización común, es ese cuerpo que Dios ha dispuesto para que los seres humanos en armonía compartan sus penas y alegrías. Diría que todas las funciones de una iglesia deben ir dirigidas a glorificar la persona de Jesús. Es en ese esfuerzo de adoración donde muchos son sanados, muchos son edificados y sobre todo restaurados. La iglesia como refugio y familia unida en donde las personas acuden para ser consolados por la perdida de un ser amado, un divorcio o una enfermedad, entre muchas más. Lazos forjados en la adversidad haciendo florecer sonrisas en donde un día solo había llanto y tristeza.
Y es que amados, una iglesia sin unidad de propósito no se puede llamar iglesia. Una iglesia que no se deje dirigir por el Espíritu Santo sencillamente vaga por un desierto como lo hiciera el pueblo de Israel. En la familia de la fe, El Señor provee a todos su función y su lugar de utilidad. El nos da su alegría y gozo para así amarnos unos a otros a pesar de nuestras muchas diferencias.
(El Autor es Misionero y Director de los Ministerios Tablitas del Señor y la Primera Iglesia Virtual).
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